Rusizi, 23 de octubre de 2023 – Todavía está oscuro cuando Verena, madre de cinco hijos, se despierta al amanecer para comenzar el día. Forma parte de una cooperativa transfronteriza con otras mujeres que compran legumbres y hortalizas a mayoristas en Ruanda para revenderlas en la frontera con la República Democrática del Congo. Para las mujeres que constituyen la mayoría de los comerciantes en el cruce fronterizo, esto constituye una gran parte de su sustento.
El viaje desde Rusizi, en Ruanda, donde compran sus productos, hasta la frontera dura unos 10 kilómetros. Si no encuentran un camión para transportar todo a través de la frontera, tienen que transportar ellos mismos los productos el último kilómetro. Esto significa pasar la mayor parte del día en la carretera. “A veces llevamos productos en la cabeza, lo que en este caso significa movernos hacia adelante y hacia atrás al menos tres veces al día”, explica Verena.
En un día cualquiera, los comerciantes transfronterizos como Verena obtienen ganancias de alrededor de 1.000 INR (0,85 dólares), que es mucho menos. Línea de pobreza global 2,15 dólares. El comercio fronterizo es la única fuente de ingresos de su familia.
Aparte de las escasas ganancias, los comerciantes transfronterizos como Verena enfrentan otros obstáculos para generar ingresos diariamente. Entre ellas, las restricciones al movimiento en las fronteras debido a la pandemia mundial han llevado a depender de intermediarios para vender sus productos en los mercados congoleños a expensas del comercio minorista.
“A menudo los agentes nos engañan mintiéndonos diciendo que han sufrido pérdidas”, afirma Verena. “Otros toman productos a crédito y no pagan, lo que nos expone a pérdidas y perjudica nuestro negocio”.
Para Beatrice, una pequeña comerciante que lleva más de 15 años vendiendo hortalizas transfronterizas, comerciar a través de intermediarios supone un coste enorme. Durante este período, experimentó de primera mano los desafíos que enfrentan las mujeres en las comunidades fronterizas.
“A veces nos encontramos con agentes o comerciantes sospechosos que nos atacan violentamente después de que les entregamos nuestros productos, en lugar de pagarnos por ellos”, afirma. «Lo hacen para asustarnos. Al final, aprendimos a elegir preservar nuestras vidas, incluso si eso significaba regresar a casa con las manos vacías.
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